martes, 2 de diciembre de 2008

Tenía tres manos


Mi amigo tenía tres manos. En las fiestas del pueblo un petardo no lanzado a tiempo le dejó sin una mano, segándole el brazo a la altura de la muñeca. Cuando yo le conocí, ya se había comprado dos manos o sea dos prótesis con forma de mano. Una más elegante y lujosa para los domingos y la otra, más de batalla, para diario.

Se sujetaba la mano con unas cintas al brazo. La de diario tenía la forma de coger algo, con los dedos estirados, cómo para hacer la pinza, sin llegar a cerrar su índice con el pulgar. De un color gris verdoso, si no te fijabas mucho, no te dabas cuenta que esa mano era de goma, recubierta de una fina capa de tela. Si te fijabas sí.

El primer sentimiento que se te pasaba por la cabeza era de pena. Te recorría por todo el cuerpo un escalofrío, al pensar cómo se las podía arreglar sin esa mano, imaginabas las dificultades que podría tener para escribir, para coger la cuchara, para tantas cosas que en general se hacen con la mano.

Pero mi amigo ya se había acostumbrado. Podía escribir y coger la cuchara con las dos manos. En la mano añadida, la derecha, sujetaba el bolígrafo entre los dedos con la ayuda de la izquierda y escribía, dibujaba, o si era la cuchara comía.

Me he acordado hoy de mi amigo, porque he tenido un encuentro con mi dentista (es una mujer, si no sería dentisto, ¿no?), y me ha colocado una prótesis dental. Me faltaban algunos dientes y me han fabricado un aparato, que no se ve a simple vista. Es bastante molesto y todavía no me acostumbro a llevarlo, pero he descubierto que tiene una gran ventaja: ahora puedo silbar de varias formas. Tengo un silbido fuerte y potente, otro más agudo pero fino, e incluso un tercero más intimo, cómo si le pones a una trompeta una sordina. Estoy experimentando con algunos más, pero todavía no los domino.

Entonces pasábamos el tiempo estudiando. Residíamos en un Colegio Mayor en habitaciones troika (de tres en tres) y allí viví una experiencia extraordinaria. Al llegar a la habitación, por la noche, mi amigo se desataba las cintas de su mano de diario, daba un golpe hacia arriba con su brazo derecho y la mano salía disparada hacia el aire. Según caía, mi amigo le daba con la cabeza y así empezaba un partido de fútbol a tres, que nunca olvidaré.

Hay que ver, pienso ahora: ¡cuantas nuevas experiencias se pueden vivir, gracias a algunos cambios en la anatomía tradicional!.

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