miércoles, 31 de diciembre de 2008

"Los videojuegos no crean asesinos", según un estudio de Harvard


Lawrence Kutner y Cheryl Olson, investigadores de la Universidad Estadounidense de Harvard, han realizado un estudio que demuestra la poca o nula influencia de los videojuegos en el comportamiento violento de los niños y que será publicado a modo de libro bajo el evocador título: “Grand Theft Childhood”.

Visto en Meneame: http://meneame.net/story/videojuegos-no-crean-asesinos-segun-estudio-harvard

No se puede dar una opinión exacta mientras no se conozca el contenido de la investigación y su metodología. Sin embargo me apunto a esa conclusión de que los videojuegos y/o las series de televisión para niños llamadas violentas, no crean en principio, violencia en los niños. O dicho de otra forma: La causa de que haya niños violentos no es de los videojuegos, ni de las series de televisión para niños.

Los niños no son tontos y saben distinguir realidad de ficción. El mundo de los videojuegos es un mundo mágico y en general el niño sabe diferenciar ese mundo del mundo real. Si el niño sufre una patología de tipo violento, esta no habrá sido generada por el videojuego, aunque es posible que el videojuego pueda llegar a reforzarla.

La sociedad y los medios de comunicación tratan de encontrar soluciones rápidas y sencillas que no les afecten a ellos, como culpables o causantes de esa violencia y por eso les resulta muy fácil y directo encontrar un chivo expiatorio, que les resuelva el problema. Por eso achacar la violencia del niño a una causa externa, les tranquiliza y le desculpabiliza.

Lo que si genera violencia en los niños son los telediarios violentos, es decir todos los telediarios, donde no hay monstruos que matar o transformers que evitar sino escenas de violencia en las calles, en la guerras, en los accidentes, en las noticias sobre tragedias, donde se ven muertos, heridos, sangre, etc. etc., sin ningún tipo de magia que los haga revivir, ninguna posibilidad de actuar para salvar a alguien o escapar de la tragedia.

La violencia la aprenden los niños en las relaciones con los adultos: padres, educadores, sociedad. Porque las relaciones de los niños con los adultos están generalmente basadas en relaciones de poder. Yo adulto soy el que sabe, tu niño no sabes nada. Yo soy el que manda, tú obedeces. Cuando un adulto te diga que hagas algo debes obedecer, no puedes decir no, aunque lo te proponga no sea justo. Cuando seas mayor comerás huevos……Alguna vez que me he hecho cargo de algún niño, la madre me ha dado toda su autoridad: “Si tiene que pegarle, péguele”, me dijo.

Esas y otras frases reflejan que las relaciones de adultos con los niños no admiten o admiten poco todavía, la crítica, el raciocinio, la negociación. Los conflictos suelen resolverse con el cachete, o peor la bofetada, la paliza, y/o el castigo de cualquier tipo. El adulto es juez y parte y no hay nada más que hablar. Yo creo que ese tipo de relación establece un principio de aprendizaje del niño, que crea frustración y en muchos casos violencia.

Se puede afirmar que hoy día ya no se pega a los niños (nadie habla de si se les humilla de otra manera), pero eso no es verdad. Hay un estudio en España que dice que el 65% de los padres están de acuerdo con que pegar “un cachete” (¿Qué es un cachete para unos y otros?), es bueno y educativo. Por suerte ese porcentaje está bajando en España ya que en una investigación de 1994 se hablaba del 74%. El porcentaje de los que educan con cachetes (y maltrato psicológico) es todavía muy alto.

Los medios de comunicación tratan de demostrar, de vez en cuando, que hay muchos niños violentos y eso es por culpa de la tele o de los videojuegos. Hace unos años fui entrevistado por una cadena de televisión que trataba de demostrar esa causa efecto: niños violentos ven series de televisión paran niños y eso los hace violentos. Yo traté de negar esa relación causal, pero eso no gustó a la cadena internacional que me hacía la entrevista. Por supuesto no tuve éxito y la entrevista no se emitió.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Más torres



Hacían falta más torres. Mucha gente desde hacía mucho tiempo estaba reclamando torres y, por supuesto, más altas. Era un clamor del pueblo que no se resignaba a vivir en medio del campo. ¡Basta de campo, queremos más ciudad y menos campo!.

Aunque seamos poco observadores, nos hemos dado cuenta de que, en todo el mundo, el campo ocupa más espacio que la ciudad. Ocupa más y es mucho menos productivo.

Observamos que en el campo hay pocas empresas, porque seamos serios, si hubiese muchas ya no sería campo. La gente necesita trabajar y por eso se va a la ciudad, donde hay más empresas y por lo tanto más trabajo.

Las ciudades se llenan de gente y se extienden y extienden, de tal manera que la gente que trabaja, cada vez hay menos, se pasa el día viajando de casa al trabajo y del trabajo a casa. Hay que ahorrar tiempo. No podemos gastar tanto en viajes, cuando la hipoteca nos reclama y el banco, con razón, nos aprieta.

La solución la conoce todo el mundo: torres. Las torres son como los archivos zip o rar. Espacios comprimidos para que quepan más, y lleguen antes. Cuatro torres magníficas. Bañadas por el sol del atardecer, dos de ellas navegan con sus velas desplegadas, mientra otra observa estática y negra, como faro y referencia en el día a día del mercado de valores. La cuarta, hecha con lingotes de oro, muestra a los pobres mortales el poder financiero y económico de las grandes corporaciones, en el mundo actual.

Madrid lo ha entendido así, por eso esas cuatro torres harán posible trasladar a toda la población de el Escorial, Toledo, Talavera y Segovia, que de verdad son campo, a la gran ciudad, sin tener que viajar cuatro veces al día.

Por fin se ha impuesto la cordura y ahora crecemos a lo alto y no a lo ancho, cómo decía una papilla para los biberones de los niños. La gente vivirá más feliz en esas torres que en los poco prácticos adosados a pie de césped.

Aunque hay algo en esas torres que no entiendo. ¿Por qué no aprovechan el espacio?, ¿por qué cuatro en vez de cinco?. La golondrina nos está señalando el lugar desperdiciado por los promotores y constructores. Que bochorno amigos, falta una torre. A ver si lo podemos solucionar.

Un momento, me dicen por el pinganillo que a las torres, probablemente no van a traer a vivir a los del campo, que más bien son para oficinas, hoteles, spas, restaurantes y otras cosas de ciudad. Pues vaya, o sea que entonces con las torres no hemos arreglado nada.

Un pequeño lío


- Hola buenas tardes.
- Si, diga buenas tardes.
- Buenas tardes.
- Si, buenas tardes, ¿que desea?.
- ¿Son ustedes los que deslían, si no funciona lo que han liado, o quien está detrás?.
- Si, buenas tardes, aquí somos, más o menos.
- Verá señor, tenemos un pequeño lío. Si enciendo la luz de la lámpara se me apaga la tele y si me llaman por teléfono, se apaga la luz de la calle y se me enciende el microondas, y si...
- Si, buenas tardes, tenemos un pequeño lío, si. Las cosas están muy liadas, son tantos los líos que...nosotros hacemos lo que podemos.
- Bueno, gracias, es lo que quería saber. Ya veo que es lo de siempre, que lo que hacen es poco, o menos que poco, que ustedes no están para el deslié inmediato, ¿Verdad que no?.
- Pues no, para eso no, claro.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Eso si que fue una lotería


Se acercó tanto la lotería de Navidad, que ya está aquí. Se nos caerá encima en sólo cuatro días. Durante mi infancia/adolescencia, la lotería era el acontecimiento más importante del año. Una buen momento de lanzarla, las vacaciones escolares, donde el cuerpo y la mente se muestran más propicios al ocio y a la suerte. Pero yo no pensaba en la suerte, porque no jugaba a ningún número, si no más bien en la diversión que nos proporcionaba ese día.

Te despertabas con el soniquete de la radio, que emitía sin cesar el extraño canto de unos extraños niños llamados de San Ildefonso. Siempre me preguntaba porque ese santo había tenido tantos niños, y donde estarían el resto del año, ya que sólo se hablaba de ellos ese día.

No cantaban mal, pero siempre cantaban lo mismo: tatatatata tatata, decía uno de ellos y le contestaba el otro tata tan pesetas. Así una y otra vez durante las horas que duraba esa maravillosa y cantarina mañana. Hacíamos nuestra vida casi normal de una mañana de vacaciones cualquiera. La única diferencia era que de vez en cuando, si nos encontrábamos en el pasillo, nos preguntábamos unos a otros: ¿ya ha salido el gordo?. No todavía no, este año viene retrasado, no como el año pasado que fue tan madrugador.

Hasta que por fin, el niño que decía tatatatata tatata, encontraba una respuesta más pausada, más solemne, algo así como ta - ta - tan pesetas. Ese era el gordo y para demostrarlo los dos niños de San Ildefonso que cantaban, repetían una y otra vez esa canción. Una vez tras otra mientras un ruido de fondo, como de gente incrédula armando bulla, crecía y crecía, hasta que una voz, no de niño, sino de señor mayor algo enfadado, repetía, sin cantar, el tatatata ta y el mismo se respondía: tata tan pesetas.

Ha salido el gordo ha salido el gordo, decía un locutor tan entusiasmado que te llenaba el alma de gozo. Pensaba yo que pasaría si el gordo no saliera nunca, pues sería el gozo en un pozo o algo así.

A partir de ahí nos pegábamos a la radio sedientos de información, como si en ello nos fuera la vida. La pregunta estaba en el aire y tenía que caer con estrépito: ¿pero donde ha tocado?. El locutor hacía sus averiguaciones, pasaban unos minutos muy intensos, todos con el alma en vilo, conteniendo la emoción, esperando la respuesta. Hasta que por fin el misterio se aclaraba.

El gordo, dijo el locutor ha correspondido a Jaraíz, Jaraíz de la Vera. No entendí que quería decir correspondido ni tampoco sabía que un pueblo de España se llamara así, aunque presentí que debía ser muy bonito, el pueblo, o por lo menos la gente que compraba lotería en ese pueblo muy suertuda.

Todo el mundo animados por el locutor estaba encantado y nosotros, por supuesto, también. Nos abrazábamos y nos deseábamos felicidades, aunque era evidente que no éramos vecinos de Jaraíz, ni vivíamos en la Vera, ni siquiera aunque viviéramos allí habríamos comprado lotería de Navidad.

Si hubiera habido televisión, habríamos visto a la gente de Jaraíz, que son más o menos iguales a nosotros, saltando felices en la calle, al señor Alcalde contándonos lo bonito que es el pueblo, lo bien que se come, promocionando los productos de la tierra entre los que destacaría el mejor pimentón del mundo etc. etc.
Como no teníamos televisión no pudimos ver los bares llenos, donde la gente seguía saltando abrazada, mientras botellas de aparentemente cava se escanciaba a todos los parroquianos, les hubiera o no tocado ese tan esperado gordo.

Llegaron los de la radio al pueblo, que parecía que para esos reporteros no hubiera distancias que no se pudieran superar en unos pocos minutos. Siempre había un entrevistado, al que no le había tocado el gordo pero estaba igual de contento, como nosotros, porque el pueblo podría aliviar la crisis por la que estaba pasando el campo, los pimientos y el tabaco, porque la gente podría pagar sus hipotecas y comprarse coches, lavadoras, y silestone para la encimera. Como no había televisión, no podíamos ver como un discreto señor, trajeado y con una cartera de piel negra, abría el banco a horas intempestivas, ni a los de la tienda de electrodomésticos y de coches sonrientes y frotándose las manos.

Había otros premios en la lotería, que se llamaban “la pedrea”, pero de eso nadie se ocupaba. A esos no los entrevistaban, aunque hubo gente que, por extraño que parezca, sacaba más dinero con la pedrea, que con el gordo.

Años más tarde, cuando ya había televisión, e imbuido por el espíritu navideño del que tanto se habla, compré lotería de Navidad para que me tocara el gordo y poder saltar abrazado a los de mi pueblo, bebiendo supuestamente cava, pero nunca me tocó y caí en la desesperanza. Hasta que un día decidí que ya era hora de que me tocara a mi, e inventé un sistema infalible. Me compro diez décimos con terminaciones desde cero a 9. Cada año espero al día 22 de diciembre y no falla, me toca el 10%. Probarlo, es totalmente seguro y ahora con la crisis una buena inversión. Mejor que dejárselo a ese tal Madoff. Eso si que fue una lotería.

martes, 2 de diciembre de 2008

Tenía tres manos


Mi amigo tenía tres manos. En las fiestas del pueblo un petardo no lanzado a tiempo le dejó sin una mano, segándole el brazo a la altura de la muñeca. Cuando yo le conocí, ya se había comprado dos manos o sea dos prótesis con forma de mano. Una más elegante y lujosa para los domingos y la otra, más de batalla, para diario.

Se sujetaba la mano con unas cintas al brazo. La de diario tenía la forma de coger algo, con los dedos estirados, cómo para hacer la pinza, sin llegar a cerrar su índice con el pulgar. De un color gris verdoso, si no te fijabas mucho, no te dabas cuenta que esa mano era de goma, recubierta de una fina capa de tela. Si te fijabas sí.

El primer sentimiento que se te pasaba por la cabeza era de pena. Te recorría por todo el cuerpo un escalofrío, al pensar cómo se las podía arreglar sin esa mano, imaginabas las dificultades que podría tener para escribir, para coger la cuchara, para tantas cosas que en general se hacen con la mano.

Pero mi amigo ya se había acostumbrado. Podía escribir y coger la cuchara con las dos manos. En la mano añadida, la derecha, sujetaba el bolígrafo entre los dedos con la ayuda de la izquierda y escribía, dibujaba, o si era la cuchara comía.

Me he acordado hoy de mi amigo, porque he tenido un encuentro con mi dentista (es una mujer, si no sería dentisto, ¿no?), y me ha colocado una prótesis dental. Me faltaban algunos dientes y me han fabricado un aparato, que no se ve a simple vista. Es bastante molesto y todavía no me acostumbro a llevarlo, pero he descubierto que tiene una gran ventaja: ahora puedo silbar de varias formas. Tengo un silbido fuerte y potente, otro más agudo pero fino, e incluso un tercero más intimo, cómo si le pones a una trompeta una sordina. Estoy experimentando con algunos más, pero todavía no los domino.

Entonces pasábamos el tiempo estudiando. Residíamos en un Colegio Mayor en habitaciones troika (de tres en tres) y allí viví una experiencia extraordinaria. Al llegar a la habitación, por la noche, mi amigo se desataba las cintas de su mano de diario, daba un golpe hacia arriba con su brazo derecho y la mano salía disparada hacia el aire. Según caía, mi amigo le daba con la cabeza y así empezaba un partido de fútbol a tres, que nunca olvidaré.

Hay que ver, pienso ahora: ¡cuantas nuevas experiencias se pueden vivir, gracias a algunos cambios en la anatomía tradicional!.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Detrás del Cristal


Estábamos en Oviedo. Había una exposición sobre los niños de la guerra. Se exhibían diversos objetos de la época, como tebeos, carteles, juguetes, y muchos estaban colocados en mesas, vitrinas, protegidos por un cristal.

Una madre que visitaba la exposición llevaba a su hijo, de unos dos años, en brazos. Se inclinó hacia la mesa expositor para observar más de cerca los objetos expuestos. El niño, inclinado hacia el expositor observó a su madre, luego ,miró el cristal que cubría los objetos. Volvió a mirar la cara de su madre y tocando el cristal dijo: ¡Que cristal mas bueno!. ¿No?.

El niño no había visto los objetos que estaban detrás del cristal. Sólo vio el cristal y se quedó impresionado por el extraordinario interés de su madre hacia el. Si le interesa tanto este cristal, pensó, debe ser muy bueno.

Muchas veces sólo vemos el cristal y no vemos lo que hay detrás, lo que realmente se exhibe, lo que se quiere comunicar. Si solo vemos el cristal, no sabremos lo que hay de verdad o mentira, en lo que nos muestran o nos dicen.

Si no traspasamos el cristal, sólo veremos la apariencia, el envase, el envoltorio, pero nunca la realidad, la sustancia.

Traspasar el cristal es llegar a la verdad, al real significado de los objetos, de los mensajes, de las personas. Conocer el fondo del asunto, lo que de verdad nos quieren decir aunque no nos lo muestren.

A veces, es difícil traspasar el cristal, pero hay que intentarlo para entender la vida. Vale la pena.