Sonó el despertador a la 5:45 horas, como todas las mañanas, en la casa número 1234 de la calle de los santos Justo y Pastor de la muy noble, leal, extraordinariamente bella y siempre muy conservadora, para unos, y retrógrada para otros, Ciudad.
María Fermosa de Muros, como todos los días a esa misma hora, desde hace 30 años, se incorporó en su viejo catre situado en un minúsculo cuarto sin ventanas, en la parte baja del ala izquierda del Palacio Arzobispal. Su primer pensamiento fue para él. Para su queridísimo hijo único. La razón de ser de su vida y que hoy cumplirá, si Dios quiere, 30 maravillosos años. Y claro que Dios querrá que los cumpla, como quiso Dios que naciera de un milagro que hace 30 años iluminó su vida.
Un hijo que ella no esperaba, y fue Dios en su infinita misericordia quien se lo trajo. Un hijo de su amor a Dios. Y como Dios se lo dio a ella, ella le consagró la vida de su hijo a Él. Para que la vida de su hijo, fuera el regalo de ella, a su Señor.
Se lavó minuciosamente, se vistió y puso encima de su ropa el mandil de su estatus. Se dirigió a la cocina mientras rezaba una oración que ella misma había compuesto, el primer día que tuvo a su hijo entre sus brazos.
“Señor, te entrego a mi hijo. Es lo único que tengo. A quien quiero más que a mi vida. Señor lo educaré para ti, en el amor de Dios y el odio al pecado. Nunca permitiré que te ofenda o te niegue. Si no consigo educarlo en el absoluto amor a ti, me quitaré la vida. Por eso te digo en su nombre: Si su mano te escandalizare se la cortará, si su lengua te escandalizare, se la arrancará.
Gracias mi Dios por ayudarme a enseñarle el camino de la luz, la verdad y la vida en ti.”
Encendió el fuego y mientras sacaba de la nevera el zumo de naranja, la leche y las tostadas, su cara se iluminaba con una beatífica sonrisa. Pensaba que Dios en su infinita bondad había escuchado su plegaria. Su hijo, 30 años ya, todo un hombre, era el ser más puro, casto, y amoroso de Dios que había en toda la ciudad. Temeroso de Dios y odiador del pecado.
Empezó a preparar la bandeja del desayuno. Primero puso sobre la bandeja un mantelito de lino blanco con blondas, que ella misma había planchado y almidonado la noche anterior. Puso en la copa de Bohemia el zumo de naranja, las tostadas en un platito de fina porcelana de Sevres, la taza de café y su plato, el azucarero de plata imitando un pote y el recipiente de tres senos de la misma porcelana, con la mantequilla, la mermelada de grosella y la miel de romero.
Pensó: no se me olvida nada. Cogió la pesada bandeja. Abandonó la cocina y avanzó por el amplio pasillo hasta la puerta de entrada. Recogió el periódico que asomaba por debajo de la puerta, lo dobló y lo colocó en una esquina de la bandeja de plata. Subió la gran escalinata que arrancaba en el hall del palacio y llevaba a los aposentos.
Cuando llegó ante la enorme puerta de dos hojas, dejó con cuidado la bandeja en el suelo sobre sus patas y llamó con dos golpecitos suaves a la puerta. Casi al instante escuchó la voz de Monseñor que decía: adelante María.
Agarró el picaporte dorado y abrió la puerta, recogió la bandeja del suelo y entró en la espléndida y espaciosa alcoba, como cada día había hecho desde hace 30 años.
Buenos días Monseñor. Buenos días María contestó con voz ronca el Arzobispo, mientras se sentaba en la cama y alisaba con un gesto rápido, las sábanas delante de él.
María colocó la bandeja en la cama procurando que las patas quedaran una a cada lado del obeso Monseñor. Se dirigió al ventanal y descorrió las cortinas que iluminaron la estancia.
Después dijo: ¿Está todo a su gusto, Monseñor?. Si María, gracias, contestó él con una sonrisa.
Después de a Dios y a su querido hijo, María había dedicado su vida a su Monseñor y nada en este mundo le producía tanto placer, como servirle en todo lo que él le pidiese.
Monseñor se sirvió el café y la leche y embadurnó una tostada con mantequilla, a la que añadió una cucharadita de mermelada. Cogió el periódico, mientras María lo contemplaba con arrobo.
Estaba allí de pié delante del Monseñor cuando esté abrió el periódico. Estaba en la primera página. Leyó:
Un joven se corta el pene y lo tira al retrete en Salamanca porque "no quería pecar más".
EFE - viernes 31/08/2007
SALAMANCA.- Un joven de 30 años se cortó el pene y lo arrojó por el retrete en Salamanca, donde se encuentra ingresado en el Hospital Clínico Universitario, fuera de peligro salvo complicaciones y con evolución favorable en su estado de salud, informaron fuentes de la Delegación Territorial de la Junta.
El hombre, con domicilio en la calle Alarcón, en el barrio de San Bernardo de la capital salmantina, utilizó un objeto cortante la madrugada del pasado jueves para amputar su miembro viril porque "no quería pecar más", según publica el diario "La Gaceta regional de Salamanca".
Por el momento se desconocen datos acerca de la identidad del joven y de si padece algún tipo de problema psicológico que pudiera haberle llevado a cortarse el pene.
Así es, AMDG.
El control de las asociaciones
Hace 2 meses
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