lunes, 2 de marzo de 2009

De profesión Campanero

De todas las profesiones que he ejercido a lo largo de mi vida, ninguna me ha procurado tanto orgullo y satisfacción como la de Campanero, en el colegio del Apóstol Santiago.

Fui nombrado Campanero a pesar de mi escaso o nulo sentido del tiempo y después de acumular las más altas cotas de impuntualidad, en un joven de la época. Quizás fue por eso que me eligieron. Debieron pensar que sólo haciéndome rector del tiempo podía yo cumplirlo.

El Campanero era un oficio de gran responsabilidad, por lo que tampoco pude entender por que elegían a un irresponsable temporal para esa tarea. Algo así como: si no te gusta el caldo, toma dos tazas.

O quizás pensaron que el sentido de la responsabilidad se adquiere mediante la práctica del poder, que eso si tenía la campana. Pero de eso no estoy seguro, porque no veo a nuestros políticos con un grado de responsabilidad menor antes de acceder a sus cargos, que después de haberlos exprimido.

¿Será pues que accedí a la responsabilidad de Campanero en función del buen oído musical, que entonces poseía?. Eso si que era posible.

He de decir al respecto, por si ustedes no lo saben, que una campana tiene en base a su tamaño y aleación de la que esté compuesta, un sonido único e invariable, es decir, que emite una sola nota. Pero un Campanero con buen oído puede sacarle tañidos diferentes, mediante la experta aplicación del badajo y los vibrators.

Modestamente debo confesar que he conseguido hacer sonar aquella campana como nunca antes se había hecho. Tañidos de dulzaina, vibrators de trompeta, acordes de violín, sonidos de piano, que provocaban encendidos comentarios de admiración de los oyentes, que eran muchos.

La campana regulaba el tiempo en dos momentos importantes: El tiempo de salir al recreo: un tiempo feliz donde me esmeraba en tañer sonidos alegres, sublimes expresiones de gozo y alegría colectiva y el tiempo de volver a clase, la muerte del recreo: era un momento difícil para todos mis compañeros y yo mismo. Cómo en un Réquiem de Mozart hacía tañer la campana lenta, solemne y estudiosa, como pidiendo disculpas a la audiencia.

No duré mucho como Campanero, pero mientras lo fui tenía un gran poder. Era dueño del tiempo y todos me obedecían. ¿Quien podía pensar que aquella pequeña raja en el copete provocaría el desprendimiento?.

Me quedó como un sombrero, machacándome los oídos. Desde entonces sólo escucho la misma nota, todo el tiempo.

1 comentario:

  1. Me gustaría que me contarás esta historia con más detenimiento en nuestro próximo encuentro. Suena a película. He de decirte que el sonido de la campana es uno de mis favoritos, quizá por su sencillez (que no simplicidad) y su pureza; es por lo mismo que me gusta la arquitectura. Como ves siempre vuelvo a lo mismo, a lo mejor porque estoy empezando a transtornarme. El sonido de la campana consigue envolverme, atraparme y llegar hasta lo más profundo. Supongo que también será por las connotaciones místicas del sonido. Espero que nunca dejen de tocar.

    UN abrazo

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